A los animales carnívoros por
instinto natural les atrae la carne de su presa cubierta en sangre. El ser
humano se podría decir que la disfraza para poderla tolerar, pues así cruda no
es atractiva para ninguno de nuestros sentidos; el proceso es primero que nada
el de limpiarla, después cocerla y así, agregarle sabor por medio de los
condimentos y la sal, logrando de este modo que la carne no sepa a carne para podérnosla comer. Distinto es el caso del consumo de una fruta, pues ésta
agrada a nuestro olfato, recrea nuestra vista y satisface nuestro gusto sin
modificación de ninguna especie.
El hombre, al inventar
el cuchillo o el arma, se convirtió en el animal más temible, más aun que los
carnívoros por naturaleza, pues sus víctimas se acercan a él confiando en sus
pacificas inclinaciones. Pero claro, la naturaleza de los sentimientos humanos
evita a la mayoría de las personas protagonizar el espantoso asesinato de los
animales que se pretenden comer, por lo tanto, cómodamente delegan esa tarea a
otros y esto es francamente degradante a la evolución humana.
Desde el punto de
vista arqueológico, las investigaciones que se han hecho al respecto, muestran
que los orígenes de la especie humana fueron vegetarianos, pero el hombre, ya
sea por perversión de instintos o por efecto de las circunstancias, en
determinado momento de su evolución, comió carne y así con el transcurso de los
años, se tomó como una cultura de alimentación, que hasta ahora la mayoría de
las personas creen correcta, no sólo porque es una costumbre ancestral, sino
porque así nos lo han manejado por medio de costosas campañas publicitarias que
siempre nos logran transmitir que el consumir carne es una actividad natural,
sana y divertida, la cual nadie relaciona con la atmósfera horrible y macabra
de los mataderos.
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