En principio, es
necesario comentar que la carne contiene alrededor de cinco millones de
bacterias en putrefacción por gramo.
Cada trozo de carne
que nos llevamos a la boca, está lleno de microorganismos vivos iguales a los
encontrados en una rata muerta. Por otro lado, las bacterias de la carne son de
la misma clase a las de la basura y en muchas carnes son más numerosas que en algunos
excrementos. Todas las carnes sin excepción alguna, son infectadas con los
gérmenes del excremento del animal en el proceso de la matanza, lo cual
incrementa en gran número la cantidad de bacterias en putrefacción, mismas que al
ser almacenadas por mucho tiempo se reproducen en cantidades impactantes.
Cabe mencionar que
cuando una persona va a comprar carne, no le venden la de los animales recién
sacrificados, ya que la carne está dura, le venden la que ya tiene más semanas
almacenada, pues es más suave. Esto se debe
a que la carne del animal que acaban de matar aun no está lo
suficientemente podrida, lo que ocurre al almacenarla por un par de semanas.
Las carnes más suaves, las que sirven en los mejores restaurantes, son las que
tienen más tiempo almacenadas y por consiguiente las que contienen un mayor
número de bacterias en putrefacción.
Los caldos de carne,
considerados erróneamente tan nutritivos, están formados por un conjunto de
tóxicos de muy escaso valor alimenticio, por no ser otra cosa que un jugo de
desechos del animal (orina, sudor, excremento… etc.).
Los estudios señalan
que la carne contiene una gran cantidad de venenos, de los cuales los
principales son:
Cadaverina: Surge cuando el animal es sacrificado y
por lógica se convierte en un cadáver.
Putresina: Se da cuando el animal entra en estado
de descomposición.
En
conclusión, consumir naturaleza muerta, significa ingerir una cantidad enorme
de venenos, pues la carne no es más que un trozo de cadáver lleno de bacterias,
que en vez de hacernos algún bien, lo único que nos causa es enfermedad.
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